La oscuridad desbocada: Nefando, de Mónica Ojeda

“No se podía novelar el desmoronamiento a través de la teología del vestido”.

Nefando es una palabra poco usada. “Dicho de una cosa: Que causa repugnancia u horror hablar de ella”, explica el diccionario. Nefando, la segunda novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda, es, en efecto, un viaje por las oscuras alcantarillas de la vida de sus personajes. Cuenta la historia de seis jóvenes menores de 30 años que viven en el mismo apartamento en España y se involucran, cada uno de distinta forma, en la creación de un videojuego en la deep web llamado Nefando, en el que tres de ellos, los ecuatorianos hermanos Terán, incluyen videos de las violaciones a las que los sometió su padre cuando eran niños.

El relato fluye de dos maneras: a partir de las entrevistas que los otros tres, Iván, Kiki y El Cuco, le dan a alguien nunca identificado; y a partir de narraciones sobre cada uno de los seis en primera, tercera y en la tan poco común segunda persona (“Te despertaste con el olor a amoniaco casi seco sobre tu piel”). De cada uno vamos conociendo facetas íntimas de su niñez, en unos casos; de la desaprobación de su cuerpo, en otro; de lo que una escribe, en otro, y así… que insisten en recordar que también nos habita la oscuridad, entendida no solo como la posibilidad que tiene cada uno de hacerle daño físico a otro (lo legalmente prohibido), sino como el interés por vivir experiencias no normalizadas ni aceptadas socialmente (lo moralmente rechazado). Hay quienes las persiguen sin que valga de nada la censura (“Esa pulsión estaba siempre movilizada por una violencia interna que no podía ser amaestrada, que no tenía otra razón de ser que la de exteriorizarse”), y así se despliegan por estas páginas pedofilia, zoofilia, necrofilia, necrozoofilia, incesto, sexo entre niños, sadomasoquismo, violaciones, sangre y deseo.

Como se trata de experiencias sexuales, es el cuerpo el espacio en el que se manifiestan los efectos de esa oscuridad: el cuerpo violado, el cuerpo no aceptado, el cuerpo explorado, el cuerpo llevado al límite. En el caso de Kiki ―que escribe una novela sobre tres adolescentes sádicos― el cuerpo pornografiado. Ella, justamente, se hace preguntas y reflexiona sobre su intención de escribir una novela pornográfica, que son preguntas y reflexiones que también interpelan, y claramente buscan justificar, a Nefando: “¿cómo hacer una pornografía del amor?”, “El erotismo es violento como la naturaleza”, “No hay erotismo que se niegue al horror”, “Había que pornografiar la vida para decir lo que el insistente recubrimiento-cuna-de-todas-las-culturas no se atrevía a pronunciar”. Así entendido, Nefando, digamos, cumple su función: pornografía la vida entregándole un sentido a esa pornografía; el sentido de decir lo que no se dice por falta de valor.

La novela, sin embargo, cae en un exceso que puede opacar ese discurso. No es que lo que cuenta, a falta de sutileza, vaya más allá de lo que debería, sino que, como sus seis personajes (una baraja amplia) están construidos para comunicar esencialmente lo mismo, no hay entonces una diversidad de miradas sobre el mundo. Uno a uno, el relato se mantiene hasta el final como una reiteración de actos truculentos que hace que la oscuridad pierda su carácter extraño para volverse paisaje. El intento de encontrar un sentido en la exposición pornográfica que propone corre el riesgo de quedarse solo en una exhibición descarnada que se normaliza a punta de repetición.

Así y todo, hay en Nefando un plano formal que hace esta novela destacable: su exploración con las palabras, con el lenguaje que usa Ojeda. Hay aquí un interés por explorar cómo se nombra lo oscuro, y una consciencia de que las palabras del repertorio oficial son insuficientes. No solo el título es muestra de eso. La autora se vale de términos nuevos, de frases difícilmente entendibles y, en algunos casos, de la ausencia de palabras (“La pregunta es”, dice El Cuco, “¿crees que hay palabras para esta oscuridad?”). La escritura, siempre la escritura.

Mónica Ojeda. Nefando. Candaya, 2016. 206 páginas.


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