Sabemos por la propia Fernanda Melchor (Veracruz, México, 1982) que está escribiendo un nuevo libro. El más reciente es de hace tres años, Páradais (2021), que vino luego de esa bomba que ha sido Temporada de huracanes (2017). En 2023, su editorial buscó darle un tranquilizante a una fanaticada creciente al reeditar su primera novela, Falsa liebre (2013), pero mantenemos la expectativa por disfrutarla de nuevo. También, siempre, por saber qué es lo nuevo, aunque quizás no haya una gran novedad. Ella misma ha dicho, por ejemplo, que su Veracruz será central en el nuevo libro, como ya lo ha sido en las tres novelas y el libro de crónicas que ha publicado. No tiene que haber algo nuevo, ni cabe esperarlo. Sobre todo en una obra que, sin ser voluminosa, ya goza de rasgos definidos, a partir de huellas que la autora ha dejado muy marcadas en la arena que ha pisado en cada texto y que probablemente sus lectores volveremos a encontrar en el siguiente. ¿Qué tiene Fernanda Melchor?
La violencia es la marca más evidente de su narrativa. Temporada de huracanes y Páradais son novelas en las que es central el asesinato. Y en ambos casos el camino a eso está plagado de excesos de unos personajes hacia otros: violaciones, golpizas, insultos, amenazas. Melchor crea universos en los que predomina la desconsideración entre seres humanos, con énfasis en la violencia sexual contra las mujeres. No he leído Falsa liebre, pero por sus reseñas entiendo que también va por ahí.
Esa crueldad física es la que más se nota, por explícita, pero hay al menos otros dos niveles en los que la autora trata la violencia: el contexto en el que ocurren los hechos y la voz de sus narradores.
El contexto es el del México actual, el de su Veracruz natal ―a la que le da otros nombres. Lugares donde el narcotráfico define la cotidianidad de sus habitantes. Melchor no cuenta historias de narcos, pero sí de gente inmersa en un mundo ordenado por ellos. Los pone en segundo plano, pero siempre amenazantes: en Páradais los personajes los llaman prudentemente “aquellos”, mientras que en Temporada de huracanes son unos tipos que siempre están rondando en su camioneta, con la fama de robarse “a las muchachas nomás para hacerles daño”.
Finalmente, la voz que narra en Melchor destella una violencia particular y es el rasgo que más hace distintiva su obra. Ambas novelas las cuentan narradores en tercera persona que exponen la virulencia que despiden los personajes frente al resto del mundo, incluso cuando no atraviesen momentos límite.
Dos ejemplos de Temporada de huracanes:
“…como si ella no llevara años enteros sin dirigirle la palabra al pinche chamaco baboso ese, desde aquel día en que lo cachó haciendo sus cochinadas y el muy cobarde prefirió largarse para siempre de la casa…”.
“…prorrumpieron en carcajadas salvajes y aullidos mientras señalaban la entrepierna de Brando y el chisguete de orina que la vieja cerda aún seguía soltando”.
Y dos de Páradais:
“…el pinche gordo de mierda hacía su aparición en el muelle, resoplando como paquidermo por el esfuerzo de bajar los escalones de madera, con su estúpida sonrisa de comercial de pasta de dientes pegada a la jeta y las mismas babosadas de costumbre”.
“…ni medio litro de caña conseguía ahogar sus tristes pensamientos respecto a la criatura que en aquel mismo momento flotaba en el líquido turbio y amarillento que llenaba las asquerosas tripas de Zorayda. ¿Qué iba a pasar cuando la cosa esa naciera en unos meses?”.
Todo ese desprecio proviene de unos personajes con características muy definidas. Son, sobre todo, jóvenes extraviados, que a falta de rumbos definidos se han perdido en los recovecos más sórdidos del mundo en el que se mueven. Lo son Yesenia, Luismi, el Munra, Norma y Brando en Temporada de huracanes, y Polo en Páradais, el personaje en el que la pregunta por el extravío es explícita: “¿Cómo había llegado a ese punto en su vida? (…), no tenía respuestas (…). ¿Y qué verga era eso de ‘meta en la vida’? (…) su meta en la vida era abrirse a la chingada, conseguir una lana, ser libre, carajo, ser libre por una pinche vez”.
Melchor se fija, puntualmente, en los hombres. Uno puede decir que ella escribe sobre la violencia contra la mujer; pero es más preciso afirmar que centra su mirada en los hombres para retratar aquello que los hace agresores. Y desentraña la masculinidad más bárbara. Ser hombre en una novela de Fernanda Melchor es ser bestial, alguien que, incapaz de contener el deseo sexual como fantasía, permite que se desboque hasta la violación. El sexo siempre adquiere aquí una brutalidad basada en las lógicas del porno (en ambos libros hay jóvenes que lo consumen constantemente), brutalidad alejada de cualquier placidez.
Son constantes los comentarios sobre lo chocante que puede ser leer sobre estos temas y en esos términos. Hay un disfrute, sin embargo, que puede hallarse en las formas que usa Melchor para construir y contar sus historias: en la arquitectura de sus tramas, por un lado, y sobre todo en el estilo narrativo, que se sostiene en un fraseo vertiginoso de escasos puntos y muchas comas que a muchos les ha recordado a Faulkner (a mí además me recuerda al Evelio Rosero de Los ejércitos).
Al final de Temporada de huracanes, en la página de agradecimientos, Melchor reconoce la influencia de El otoño del patriarca, de García Márquez (confeso deudor de Faulkner). No entra en detalles, pero ambas novelas, de temas tan distintos, se encuentran en sus formas: están estructuradas con capítulos largos sin puntos y aparte, extensos bloques de texto que le dan a la narración un ritmo que, una vez toma vuelo, se mantiene sin mayor espacio para hacer pausas e incluso tomar aire. Es reforzar, a punta de técnica, la dimensión más física de la experiencia de leer.
Todo esto tiene Fernanda Melchor. Qué más da entonces si el nuevo libro trae algo nuevo.
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Recomendada: Esta entrevista en la que Melchor habla de cada uno de sus cuatro libros:
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Fernanda Melchor. Temporada de huracanes. Penguin Random House, 2017. 223 páginas.
Fernanda Melchor. Páradais. Penguin Random House, 2021. 158 páginas.
